Publicaron hoy en Clarín una carta de lectores del Prof. Jorge Bruzzio en la que se queja porque perdió un concurso para horas de interino. La favorecida fue una abogada.
Se trata de una antigua disputa entre profesores y profesionales.
Aclarando los términos:
- Un “profesor” estudia en un Instituto de Formación Docente (antes también llamado Profesorado, Instituto Superior del Profesorado, etc) y se recibe apto para dictar clases –generalmente- en el Nivel Medio (Secundario) en alguna disciplina específica (matemática, lengua, historia, geografía, etc). Generalmente los profesorados dividen su currícula en 3 grandes áreas o ejes: a) Formación específica de su disciplina, b) Formación pedagógico-didáctica y c) Formación relativa a la institución escolar y al mundo de los adolescentes y jóvenes. Los IFD pertenecen al llamado Nivel Terciario. Sobre el nombre de este nivel no hay demasiado acuerdo ya que la nueva ley de educación no lo define. Tampoco es un nivel superior no universitario (la ley de Educación Superior que ahora se desea modificar le daba esta extraña entidad, por la negativa). Los egresados de los Profesorados ejercen allí donde su título los habilite y en los mismos profesorados de los que egresaron.
- El “profesional” estudia en la Universidad. Se recibirá de abogado, contador, arquitecto, ingeniero o licenciado en alguna ciencia particular (Licenciado en Historia, en Educación, en Geografía, etc). El nivel educativo es, precisamente, el Universitario y sobre ello no hay demasiadas dudas. Según su título, se podrá dedicar al ejercicio liberal de su profesión.
Ahora bien, desde el inicio del sistema educativo y el surgimiento del nivel medio (el bachillerato de Mitre, por ejemplo) muchos profesionales egresados de las Universidades dictaron clases en la secundaria. Un buen ejemplo de esto lo puede dar la nómina de profesores del Nacional Buenos Aires. El “Profesorado” -como tal- se creó tiempo después.
Yo recuerdo, en mi colegio secundario, haber tenido varios profesionales como profesores. Algunos ejercían la profesión a la par que la docencia; otros se habían dedicado a la docencia full-time: González y Capizzano en Contabilidad, Iglesias y los hermanos Niño en las materias de cívica y política, y hasta el mismo Rector, Avatte, era psicólogo y nunca tuvo título de profesor.
A algunos de los profesionales que se dedican a la docencia les falta capacitación pedagógica. Sólo recientemente se han creado los trayectos pedagógicos para profesionales: se cursan dos o tres cuatrimestres de pedagogía y didáctica y, acreditando su título universitario en la disciplina que sea, obtienen el título complementario de “profesor en”. En esta dimensión, los profesores llevan las de ganar. El profesorado está estructurado y pensado para entrar a la escuela y, por eso, se brinda una adecuada y extensa formación pedagógica y didáctica.
En muchos casos, los profesionales poseen un bagaje disciplinar más amplio que los profesores. No es lo mismo ser profesor de “Formación Ética y Ciudadana” (se cursan 4 años con materias de la disciplina más todas las “pedagógicas”) que ser abogado (unos 5 años de carrera exclusiva para ser abogado) y, además, con una capacitación pedagógica específica (supongamos 1 año más).
Habrán notado que puse entre comillas los términos de profesor y profesional. Es porque creo que un profesor debe ser un profesional (y no por haber egresado de la Universidad, precisamente). Y que hay profesionales (de los egresados universitarios) que pueden ser profesores.
Dice Bruzzio que en Ciudad de Buenos Aires ganó la abogada. Si no recuerdo mal, en Provincia de Buenos Aires, tiene preferencia un docente egresado de Profesorado (por presiones gremiales, claro).
Si me piden opinión, en la mayoría de los casos prefiero un profesor si demuestra un óptimo manejo de los conceptos propios de su disciplina. Y, porqué no, podemos aceptar a un profesional si demuestra pericia didáctica.